Cuando el sol de finales de junio asomó tímidamente sobre la ría de Viveiro, el pequeño e inigualable enclave gallego volvió a transformarse —por vigésimo año consecutivo— en la capital europea del metal. Más que un festival, el Resurrection Fest se erigió un año más en rito iniciático y de reunión intergeneracional: 140000 almas procedentes de los cinco continentes peregrinaron a la costa lucense para soplar las velas de un evento que ha pasado de cita underground a hito cultural, motor económico y escaparate sonoro donde conviven leyendas como Judas Priest, bandas modernas como Novelist y la inagotable diversidad de un género que se niega a envejecer. Entre los ecos del Cantábrico y las montañas que abrazan Celeiro, cuatro días de guitarras al límite, pogos terapéuticos y comunión colectiva escribieron el capítulo más ambicioso —y posiblemente inolvidable— de la historia del Resu.
Miércoles 25, día de dioses y diosas
Ni la lluvia testaruda del alba ni los consabidos atascos de la carretera costera lograron frenar la marea negra de camisetas que, puntuales, inundó Celeiro desde primera hora. Con el cartel de sold out agotado semanas atrás y la cifra redonda de veinte ediciones sobre la mesa, el recinto exhalaba esa mezcla de nervios y ceremonia que solo acompaña a los capítulos importantes: récord histórico de afluencia, mar Cantábrico en calma casi irreal y un sol vespertino que terminó de despejar dudas sobre la caprichosa bóveda gallega. Todo auguraba una edición épica antes de que se tocara la primera nota.
Llegamos un poco antes de las 7 de la tarde y disfrutamos con, Novelists (main stage) que rubricaron sin duda uno de los conciertos más elegantes del primer día del Resurrection Fest 2025. La voz recién incorporada de Camille Contreras —impecable incluso en castellano— enlazó “Terrorist”, “Heretic” y “Smoke Signals” con una naturalidad pasmosa, equilibrando melodía cristalina y djent progresivo mientras los hermanos Durand repartían filigranas en cada tapping y arpegio. Puro manual de los parisinos de cómo esquivar la temida franja de “hora temprana”, una banda que sin duda merece en próximas ediciones actuar un poco más tarde.
Sin tregua, y es una de las grandes ventajas del recinto de Viveiro en relación a otros festivales con 2 escenarios pegados, nos fuimos al Ritual Stage para ver a Lost Society vaya si pisaron el acelerador. Samy Elbanna, primero con traje cerrado negro y seguramente abrasado por el calor, luego a torso descubierto, condujo un vendaval de circle pits al grito de “112” y “Stitches”, demostrando que el thrash puede mutar, modernizarse y seguir pateando traseros con idéntica pegada. Destacar tanto la voz como el saber hacer de Samy con las 6 cuerdas, gran concierto de los finlandeses.
El crepúsculo tuvo nombre de mujer, primero Jinjer liderados por Tatiana Shmaylyuk. La ucraniana tiene carisma infinito y combinó guturales volcánicos con voces limpias casi etéreas, mientras soltaba guiños en español —“¡Gracias, Resu!”— que prendieron a todo metalhead que había por el campo de Celeiro. “Vortex” y “Teacher, Teacher!” retumbaron como mantras progresivos, ritmos pesados y pasajes técnicos; “Pisces” desató un océano de voces y piel de gallina a ritmo de metal progresivo y metalcore.
Aunque a pocos metros teníamos una banda imprescindible que habíamos descubierto unos días antes y tuvimos que dejar a Jinjer por un rato para desplazarnos al Desert Stage. En ese desierto que es “el desert”, brotó el primer brindis colectivo de la jornada cuando The Southern River Band desplegó su rock sudoroso: deliciosos riffs de auténtica cepa australiana, olor a cerveza recién tirada en el pub y un frontman que parecía alimentarse única y exclusivamente de AC/DC, Airbourne, nicotina y adrenalina.
Luego tocó cambio de atmósfera con SKYND: luces estroboscópicas, samplers sobre crímenes reales y un viaje sórdido entre industrial y dark-pop que heló la sangre de más de un curioso.
Al filo de la medianoche, Tarja cerró el Ritual con su incontestable elegancia y divina voz: “I Walk Alone”, “Wishmaster” y “Nemo” resonaron como himnos atemporales; su voz, faro sinfónico, evaporó la humedad atlántica durante sesenta minutos de reverencia colectiva.
Pero el trono de la jornada estaba reservado para Judas Priest. Rob Halford, 73 años y garganta aún acorazada, irrumpió a lomos de “You’ve Got Another Thing Comin’” y selló un set de quilates con “Breaking the Law”, “Hell Bent for Leather” (sí, con la Harley rugiendo), “night crawler” y una “Painkiller” que dejó exhausto a medio Resu. Himnos inmortales que incluyeron tres cortes de Invincible Shield (último álbum de la banda) certificaron que los Metal Gods siguen dictando cátedra para cerrar la velada con Living After Midnight en un concierto memorable.
Y aún quedaba munición: la reunión exclusiva de Letlive, con un Jason Aalon Butler que voló por el escenario del Chaos Stage como si aún fuera 2012, y la liturgia doom-vintage de Pentagram en el Desert y, aunque no todos pudimos entrar a verlo, había mucho hype para verlos y nos cuentan que el legendario Bobby Liebling transformó cada riff en un conjuro nostálgico.
Abandonamos el recinto conscientes de haber vivido un estreno sin fisuras: variedad estilística, sonido mejorado en relación al año anterior y la sensación general de que el vigésimo aniversario no podía haber empezado mejor. La Resu-week 2025 prometía… y aquello era solo el primer asalto.
Crónica Resurrection Fest 2025: Korn salda su deuda con Viveiro
Veinticuatro horas después, el recinto amanecía preñado de gorras adidas, faldas-kilt de imitación y camisetas descoloridas de Life Is Peachy. En el ambiente la temática era clara: ¿saldará hoy Korn su deuda”. Pero antes, el festival desplegó un maratón de estilos que reafirmó su camaleónico lineup en los diferentes escenario.
El Ritual abrió fuego con Stain the Canvas: metal-core italiano servido a las 14:00, breakdowns helados bajo sol gallego, y un público que, ni corto ni perezoso, organizó los primeros walls of death del día mientras el polvo en suspensión difuminaba las luces.
Cambio radical con Vowws: teclados en penumbra, cigarro eterno de Rizz y dark-wave deudora de Depeche Mode y The Cure. Un oasis gótico que terminó con el falsete final de “Losing Myself” coreado incluso por los más jevis de la primera fila.
En el Main, Northlane sufrió un apagón después del primer corte que inició su descarga. Un problema con una de las guitarras que obligó a Jon Deiley a improvisar monólogo en castellano —“¡estas cosas pasan, colegas!”— hasta que estalló el riff de “Carbonized”. De lo que parecía un desastre técnico pasamos al éxtasis colectivo en cinco minutos: lección de humildad y temple australiano, aunque al igual que muchas bandas modernas tiran demasiado de partes pregrabadas.
El Ritual viró a la Bay Area con Death Angel, que recordó por qué su thrash sigue causando latigazos cervicales cuatro décadas después. “Mistress of Pain” levantó un circle pit monumental mientras Mark Osegueda dictaba sentencia con media sonrisa de veterano satisfecho de su descarga old school.
Tarde avanzada y estreno gallego de Seven Hours After Violet, el nuevo juguete de Shavo Odadjian. Bajo hipervitaminado, Taylor Barber alternando melodía emo y gutural bestia, y la sensación palpable de estar ante “banda grande en pañales” que dejó al público con hambre de segunda ración.
Para rebajar la épica, el Resu se rindió a la retranca de Heredeiros da Crus: rock-and-roll en galego, delantales inmaculados y un Javi Maneiro emergiendo de un flight-case como un trasno casero. “Quero josar” reventó gargantas; Galicia mandando en su patio con sorna, orgullo y “enchéndose de cervexa –no Resu hai pouco viño– ata reventar“.
Luego, el cabaret industrial de Till Lindemann: uniforme rojo, sardinas voladoras, cañones de espuma y su “clásico” cover de “Entre dos tierras” ovacionado sin pizca de ironía y casi de las pocas canciones que coreó toda el público. Visualmente deslumbrante, musicalmente solvente pero sin mucha gracia; mitad del público salió fascinado, la otra mitad sorprendido por el show pero con indiferencia hacia su propuesta musical.
A las 23:45, Korn cobró la deuda de 2022 con un set de greatest hits. Jonathan Davis —falda de cuero, gaitas de neón— abrió con “Blind”, regó “Got the Life” de láseres verdes y culminó con un “Freak on a Leash” que convirtió el prado en karaoke noventero multitudinario. Catarsis nu-metal intergeneracional y, si el día anterior fue el mejor miércoles de la historia del festival, este fue uno de los mejores jueves que se recuerda en Viveiro.
Viernes 27 de junio: del activismo de Aphonnic a la apoteosis de Falling in Reverse
Tras ver el final del concierto de Blackgold en el Chaos Stage, la tercera jornada arrancó para nosotros con aroma a Woodstock improvisado: los franceses Dätcha Mandala imprimieron su rock setentero en el Desert con “Stick It Out” y unas jams demenciales que acabaron con el bajista paseando por las vallas cual shaman gascón.
“Estos colores que llevan estas zapatillas son colores que detectan a los fascistas”
En el Main, los vigueses Aphonnic desplegaron una bandera “Free Palestine” que cubría toda la parte posterior del escenario, a pantalla completa los Aphonnic se dejaron la piel tal y como nos tienen acostumbrados; “La Tumba de Mis Ideales” y un speech encendido a favor de las víctimas en Gaza convirtieron un show de metal alternativo en un alegado en el que Chechu, vocalista de la banda, espetó con zapatilla en mano: “Estos colores que llevan estas zapatillas son colores que detectan a los fascistas” para luego a capella interpretar un fragmento de la canción “Nos vimos en Berlín” de Soziedad Alkoholika que reza en su estribillo “Ahora tú, ¡judío cabrón!“. Tras este épico momento tocaron “Melodía Antifascista”. No faltó una dedicatoria a nuestro “narco presidente”. El concierto seguía muy intenso y con “Caracol en cuesta” salieron a escena los Resu Kids. Fieles a su compromiso anunciado en redes todo lo recaudado en su concierto del Resu25 va para una ONG que apoya al pueblo Palestino. Como dijo Chechu “Por muy pequeño que sea uno siempre se puede hacer algo” para luego interpretar “Ombligos (aquí sigo en pie)” junto a otros himnos de la banda como “Mi Capitán“.
Nuevo viraje en el Ritual con Crucified Barbara, regreso tras una década y cero óxido: Mia Coldheart escupió “Rock Me Like the Devil” mientras un público entregado organizaba un “pogo-conga” surrealista. Déjà vu sueco de alto octanaje.
Al caer el sol, Soen tejió un paréntesis introspectivo: Joel Ekelöf susurró “Lotus” y Martin López marcó la respiración del concierto con precisión quirúrgica. Ese clima contemplativo allanó el terreno para la metralla polirrítmica de TesseracT, impecables destilando medio War of Being con un Daniel Tompkins afinado como bisturí láser.
En paralelo, el Desert bailaba “kinkidelia” con Derby Motoreta’s antes de que el Main montara plató de reality para Falling in Reverse. Vídeo preroll estilo Jackass, Ronnie Radke lanzando dedos corazón y producción de festival USA: cámaras on-stage, llamaradas al compás y hits virales —“Popular Monster” retumbó como un TikTok de proporciones jurásicas. Será polémico, pero probablemente fue el show más comentado del día, aunque las partes pregrabadas le quitan gracia al directo.
El cierre lo firmaron los albaceteños Angelus Apatrida, thrash sin compasión y justicia poética tras su recorte horario de 2022. “You Are Next” estremeció la tierra de Viveiro y dejó la noche lista para las últimas cervezas artesanas y mostrar también su apoyo al pueblo palestino enarbolando una bandera. Tercer día superado con nota y aún quedaba la traca final.
Sábado 28 de junio – Día 4 Slipknot dinamita el vigésimo aniversario
Pintglass descargó toda su energían en el Chaos Stage y después de ellos llegaba la sorpresa de la tarde: los helvéticos Dirty Sound Magnet subieron la apuesta con su rock psicodélico de raíz setentera, guitarras saturadas y un groove que recordó a los primigenios Zeppelin. “Heavy Hours” y “Social Media Boy” hicieron volar corcheas y pañuelos, demostrando que la psicodelia puede convivir con cuellos doloridos sin perder un gramo de intensidad.
Media tarde hipnótica de la mano de Russian Circles —“Harper Lewis” sonó ciclópeo bajo nubes amenazantes— y fuzz noruego cortesía de Slomosa, cuyo “Cabin Fever” confirmó que el “tundra rock” huele a futuro en el stoner europeo.
A renglón seguido, cambio radical de atmósfera en el Ritual Stage: los suecos Aviana firmaron uno de los directos más incisivos de la jornada. Frontman asomando entre flashes blancos, breakdowns quirúrgicos y un público que devolvía two-steps incluso a las vallas laterales. “Anomaly” y “Oblivion” sonaron compactas, con un nuevo batería que marcó metrónomo láser y dejó claro que hay relevo en la cantera metalcore escandinava.
El Main Stage vivió una incorporación celebrada: Adept, fichados a última hora en sustitución de Crossfaith, regresaban a Viveiro tras casi una década de silencio discográfico y lo hicieron como si nunca se hubieran ido. Sonó el riff de “Dark Clouds”; “Sound the Alarm” hizo rugir a la primera línea, y Robert Ljung se lanzó a un crowdsurf durante “Secrets” que pareció eterno. Entre tanto, sonó un inédito —“The End at Hand”— que confirmó que los suecos no han venido solo a vivir de nostalgia. Cuarenta minutos que olieron a regreso triunfal y elevaron la temperatura general antes de los platos fuertes de la noche.
Al anochecer, silencio reverencial: 40000 almas contenían el aliento mientras se encendían los cañones de fuego de Slipknot. Arranque con “People = Shit”, máscaras retro ’99 y debut de Eloy Casagrande en la batería marcando tempos imposibles; Corey Taylor —“¡gracias, joder!” con acento esforzado— comandó un bloque devastador “Psychosocial” / “Duality” / “Wait and Bleed” que desató un pogo kilométrico. Culminación perfecta para el cumpleaños más salvaje del Resu.
El cóctel reggae-metal de Skindred fue bálsamo para cuellos doloridos: Benji Webbe transformó el prado en pista caribeña, soltó el infalible “Warning” y, cómo no, el Newport Helicopter multiplicó las camisetas al viento en coreografía desatada.
Y todavía había postre: Zeal & Ardor selló la noche con góspel negro y blast-beats chamánicos. A la salida, pasadas las 03:00, miles arrastraban pies, sonrisas y la certeza de haber vivido la edición más grande —140 000 asistentes acumulados— que recuerda Viveiro. El Resurrection Fest 2025 dijo adiós en euforia colectiva y dejó flotando la pregunta inevitable: ¿cómo demonios superarán esto en 2026?
Cuatro días, más de ochenta bandas, un océano como telón de fondo y veinte velas sopladas con la energía de una escena que sigue muy viva. El Resu ha vuelto a elevar su listón: logística afinada, sonido a la altura en todos los escenarios y una oferta que viaja del doom más denso al pop industrial, pasando por el nu-metal generacional o el thrash sin concesiones. Que tiemble el próximo verano: el contador hacia el XXI aniversario ya está en marcha y, tras lo vivido, cualquier cosa parece posible en Viveiro.